Soy consciente de la inferioridad de mi prosa ante la poesía densa, fecunda en imágenes y figuras, de este precioso libro al que saludo con entusiasmo porque me ha hecho recordar los anteriores de la misma autora, Acuarela elemental y Odre de viento. Y me ha hecho recordar también los años que tuve a Alicia como alumna escuchando con atención mis clases de literatura latina. Entonces, como ahora, les decía que mi criterio personal para valorar la buena literatura era muy sencillo: la capacidad de evocar imágenes con la lectura.
Es por eso que, sin quererlo, al leer La cigüeña negra me han venido de inmediato a la memoria las Églogas y Geórgicas de Virgilio en los veintiséis poemas en que la autora recrea la vida del campo, la prolífica escenografía de su Extremadura de adopción y la minuciosidad observadora, propia del Catulo erudito en los epilios.
[…] Encomiable resulta para los amantes de la naturaleza y para quienes hemos tenido la suerte de vivir nuestros primeros años en un pueblo pequeño el catálogo de animales. De amar y vivir la naturaleza con ojos rastreadores de alma inquieta y desde el ensimismamiento aprende y aprehende el tapiz de plantas que brotan de sus versos.
[…] Pero si algo impresiona al lector y suscita las imágenes de la buena literatura que recordaba líneas atrás es la cornucopia de metáforas presentes en la totalidad de poemas. […] Y como sinestesia del poemario, la presencia constante de Delibes hecho poesía en La era del pueblo, el teatro de juegos infantiles, de la genista (aliaga), de las «áureas cúspides de grano» vigiladas por el abuelo con el planetario descubierto.
[…] La cigüeña negra habita en lugares recónditos. En lo recóndito del alma del lector pervivirá, como Horacio, aere perennius esta Cigüeña Negra.
Santiago López Moreda